Torquemada en el Purgatorio. Benito Pérez Galdós Fragmento de la obra Cuenta el Licenciado Juan de Madrid, cronista tan diligente como malicioso de los Dichos y hechos de don Francisco Torquemada, que no menos de seis meses tardó Cruz del íguila en restablecer en su casa el esplendor de otros días, y en rodearse de sociedad honesta y grata, demostrando en esto, como en todas las cosas, su consumada discreción, para que no se dijera ¡cuidado! que pasaba con famélica prontitud de la miseria lacerante al buen comer y al visiteo alegre. Disiente de esta opinión otro cronista no menos grave, el Arcipreste Florián, autor de la Selva de Comilonas y Laberinto de Tertulias, que fija en el día de Reyes la primera comida de etiqueta que dieron las ilustres damas en su domicilio de la calle de Silva. Pero bien pudiera ser esto error de fecha, disculpable en quien a tan distintos comedores tenía que asistir por ley de su oficio, en el espacio de Sol a Sol. Y vemos corroborada la primera opinión en los eruditísimos Avisos del Arte Culinario, del Maestro López de Buenafuente, el cual, tratando de un novísimo estilo de poner las perdices, sostiene que por primera vez se sacó a manteles este guisado en una cena que dieron los nobles señores de Torquemada, a los diez días del mes de Febrero del año tal de la reparación cristiana. No menos escrupuloso en las referencias históricas se muestra el Cachidiablo que firma las Premáticas del Buen vestir, quien relatando unas suntuosas fiestas en la casa y jardines de los señores Marqueses de Real Armada, el día de Nuestra Señora de las Candelas, afirma que Fidela Torquemada lucía elegante atavío de color de orejones a medio pasar, con encajes de Bruselas. Por esta y otras noticias, tomadas en las mejores fuentes de información, se puede asegurar que hasta los seis meses largos de la boda, no empezaron las íguilas a remontar su vuelo fuera del estrecho espacio a que su mísera suerte por tanto tiempo las había reducido.