A la manera del "Livre mallarmeano", la escritura de Roberto Juarroz (1925-1995), de una formidable coherencia, se sostiene sobre un entramado frágil e inestable apuntalado sobre la inversión conceptual y, aunque haya sido considerada como una poesía del pensamiento, filosófica, metafísica o cerebral, lo cierto es que esas etiquetas resultan demasiado rígidas al aplicarse a una propuesta entendida como una aventura a la intemperie y orientada hacia la ruptura de los límites, un lenguaje que no rebla en la voluntad de explorar un territorio, la profundidad, en donde la conciencia se disuelve, las palabras se adelgazan hasta casi desaparecer y cabe la posibilidad de, al no haber nada, encontrarlo todo.