En filosofía hace tiempo que se abandonó la idea de un mundo lleno de individuos. Es una idea ajena a muchos pensadores clásicos y también insuficiente para muchos pensadores actuales. Sin embargo, en el imaginario colectivo y en nuestra vida cotidiana parece ser la visión que se impone. Es sencilla de entender. Yo soy yo y mis circunstancias, es decir, yo y el mundo en cuanto lo que es para mí. Nos sirve, es práctica, y sobre todo nos evita el farragoso esfuerzo de pensar más allá. Sin embargo, ¿no nos faltará algo esencial para entender mejor al ser humano? ¿Algo que va más allá del individuo-mundo de la res cogitans y la res extensa cartesianas? Quizá debemos abandonar las coordenadas cartesianas para adentrarnos en el mundo de las relaciones sustanciales, donde las distinciones sujeto-objeto, en el plano ontológico, y subjetivo-objetivo, en el gnoseológico, no solo no están trazadas con escuadra y cartabón, sino que requieren de complemento. Para nosotros, los humanos, las relaciones son tan sustanciales que la ética también es cosa de otros.