La polémica Constant-Kant tuvo lugar cuando Inmanuel Kant replico directamente a una observación crítica formulada por Constant en su panfleto Des Réactions Politiques. El tema sobre el que se debatía era la existencia de un deber incondicionado de decir siempre y en cualquier situación la verdad. Frente a las tesis del imperativo universal moral de la verdad del filósofo de Koënisberg, Constant opone los ejemplos concretos de situaciones en las que decir la verdad puede equivaler a hacer el mal. Gabriel Albiac no explica en el Estudio introductorio que precede a la edición de los textos completos de la querella, cuanto anticipan las tesis que aquí se debaten, los problemas que generará el totalitarismo y el terror en el mundo de las ideologías holistas.
Pero más allá de las consecuencias que pueden deparar las reflexiones en este libro relativas al derecho a decir y exigir la verdad - que es un de los postulados de la sacralización de la teología operada a partir del Renacimiento y de la Ilustración-, la polémica Constant/ Kant oculta otro segundo debate sobre el valor de los principios, la forma de construirlos y su eficacia para regir y explicar la realidad que se demuestra de excepcional interés en un siglo como el XXI, desbordado por su incapacidad de comprender los hechos que todos los días ofrece un mundo empírico en continua efervescencia, debido a la carencia de un sistema de categorías de principio generalmente aceptados que pueda servir de referente para unificar la multiplicidad de lo singular.
En esta polémica que surge entre, un gran filósofo consagrado, que no tuvo reparo en salir al quite de un argumento que consideraba digno de réplica, y un joven aventurero dotado de extraordinaria inteligencia que iba a demostrarse capaz de comprender el mundo en que iniciaba su singladura, están contenidos en ciernes los supuestos básicos de alguno de lo problemas centrales de nuestra difícil postmodernidad.