La luz aparece en la Historia humana como símbolo de Dios, de la sabiduría y su propia desgracia: el fuego está al final de todos los versículos. Así que aquella idea en el gótico de usar luz para llenar las catedrales de vanidad acabó siendo el aspecto de unos adolescentes con ropa negra en el siglo XX. Algo parecido viene con el esplendor o la lucidez, porque a sí mismas se derrotan a la usanza de los viejos ídolos. Esta obra presenta una reconstrucción de lo vivido, en parte regresiva, como quien llega demasiado lejos o quien mira demasiado tiempo la luz y luego, al ver el futuro, se arrepiente. Pero el autor no se rinde, prefiere ir de la tumba al nacimiento. Él decide ver hacia atrás entre el carbón de lo quemado. Inclusive, habla de muchas formas, pero no en lenguas. Aquí vemos esta juventud expectante de quienes tienen muy poco de haber sido enterrados. Es una obra extraordinaria. Ya no se puede hablar del siglo de las luces. Walter Torres Rodríguez sabe esto. Por ahora, el siglo XXI es el siglo de las cenizas.